Cuando se despertó,
la ventana continuaba abierta, lo cual le daba la pauta de que todavía no había
llegado su hora.
En el momento en el
que los vidrios se cerraran y el espeso gas fluyera a través de los orificios de
las paredes, ya no habría mucho qué hacer.
Pensaba en cómo
había llegado hasta allí, en qué cosa tan terrible habría hecho, para estar
encerrado con esas personas esperando su final.
Su apellido, sus
rasgos, su pasaporte... ¡Ellos eran los culpables! ¡No él! No había persona
menos interesada en su propia cultura que él. Durante años le escapó a la
realidad, se escondió en un sin fin de lugares, ocultando lo inocultable, su
sangre.
¿Qué había hecho
mal? Nunca lo sabría.
Tanto él como las
personas que lo acompañaban tenían la esperanza de que, conteniendo la
respiración durante largos minutos y esperando que pasara el efecto del gas,
iban a desmayarse y permanecer inconscientes hasta que los hubieran dado por
muertos. De esa forma se salvarían.
Toda la noche practicó
respirar a través de sus propias manos o del pelo del que tenía al lado para
filtrar el gas, contó la mayor cantidad de minutos que podía aguantar sin
inhalar... Mientras la ventana no se cerrara, tenía tiempo.
Pensó en su
infancia, en su adolescencia... ¿En qué momento había empezado todo esto? ¿Qué
lo convertía en alguien tan peligroso, tan sucio... acaso era tan importante
como para que se preocuparan por rastrearlo, torturarlo y...?
La ventana se
cerró, contuvo la respiración 2, 3, 4 minutos. Su corazón se aceleró al máximo.
Increíblemente
efectivas, las técnicas alemanas.