miércoles, 19 de febrero de 2014

CAMILITA




Sentado en este tren con esta preciosura al lado mío, no puedo creer que tardé ocho años en decidirme a conocerla. Era muy chico cuando nació, pero ahora soy adulto y estoy preparado para darle todo lo que necesita. Ya le expliqué que no tiene que tener miedo porque, esta vez, nada nos va a separar. La nena lo mira con una cara de admiración…  que da pena. Se nota que él trata de romper el hielo, en seis estaciones ya le compró: una gaseosa, chocolates y libritos para pintar. La nena agradece y lo mira. Se parecen bastante físicamente. Le dije a Camilita que en la próxima estación ella se baja y yo sigo. Su mamá la va a estar esperando, como arreglamos. Yo no me bajo porque faltan cuatro estaciones para la mía, así que… El tipo habla bajo, pero se lo escucha igual. Se quedó mal la nena, tiene los ojos llorosos. La abracé y le di un beso en la frente, yo la entiendo, pobrecita, tiene miedo de perderme. La nena, muda. No puedo creer los años que perdí. Al sentir ese beso, Camilita fue la persona más feliz del mundo. El padre revolvió en su abrigo y sacó una foto de cuando él y su mamá tenían diecisiete años. El corazón de Camilita saltó de emoción; estar con su padre era lo que había esperado toda su vida, aunque no estaba segura de estar manifestándolo como quisiera. Le regalé una foto mía, para que no me extrañe cuando no me vea. Le di otro beso y la acompañé a la puerta. Afuera, una chica de unos veinticuatro años, con los mismos ojos que la nena, esperaba en el andén. La recibió con los brazos abiertos. Miraba hacia adentro, buscando al culpable. Me volví a sentar en el asiento y el tren arrancó. La próxima semana va a ser mejor. En cuanto el tren empezó a andar, el tipo dio un fuerte suspiro. La voy a llamar el domingo, eso voy a hacer. Camilita sabía ahora cómo era su papá, lo que no sabía era que él; muy adentro suyo, muy en el fondo, no tenía ningún interés ni ninguna intención de volverla a ver.