La leyenda dice que en esa zona, tan acechada por los tornados, una tarde,
una madre y un padre discutían trivialidades. Descuidaron la pequeña cuna de su
bebé y, en el momento en el que el viento empezó a soplar, la cuna cayó a la
pileta y permaneció una hora en el fondo antes de que ellos la vieran.
Cuentan que la madre enloqueció, casi instantáneamente, y abandonó la casa
para no volver. El padre huyó espantado por el tornado, sin tener tiempo para
rescatar el cuerpo de la pequeña. El tornado destruyó el pueblo entero; y de
aquella casa sólo quedaron tierra y… leyenda.
Marito no creía ni en bebés ni en tornados y, mucho menos, en leyendas.
Sólo creía en el pozo donde que vivía y en la escalera que lo llevaba a la
superficie.
Se despertaba cada mañana y subía, uno a uno, los 9 escalones que lo
separaban del mundo real. Trepaba los postes de luz y caminaba sobre los cables
de alta tensión como un equilibrista profesional. Pasaba horas paseando por las
alturas, mientras miraba su pozo, desoyendo lo que decían de él e ignorando los
mitos urbanos.
El último tornado también había destrozado su casa y, desde entonces, había
vagado por el mundo sin rumbo. Algo en ese pozo lo llamaba, lo hacía sentir
refugiado y, a pesar de que no tenía ninguna comodidad se conformaba con no
tener derrumbes. No pensaba en volver a vivir en una casa nunca más, estaba
seguro de que en las profundidades o en las alturas encontraría la salvación.
Con la llegada de la primavera, corrían rumores de que un nuevo tornado se
acercaba.
Marito, siempre escéptico, salió, como de costumbre, a caminar por sus
cables. A lo lejos vio venir algo oscuro, una densa nube que se acercaba
lentamente. Se levantó un fuerte vendaval y él se arrodilló sobre uno de los
postes con la cabeza en alto. El viento partió las ramas de los árboles,
destrozó los arbustos y removió la tierra, descubriendo un objeto. Marito bajó
de las alturas. Trató de desenterrarlo, pero parecía estar atado a algo. Siguió
escarbando y descubrió que eran dos pedazos erguidos de metal celeste, limpió
un poco la tierra que los cubría y se dio cuenta de que eran iguales a los de
su escalera... ¿Podría ser… otra escalera? Escarbó durante horas y fue
encontrando escaloncitos oxidados y descoloridos. No podía creer lo que estaba
viendo… trataba de negar la leyenda; pero, a la vez, sabía que buscaba un saco
lleno de huesos. ¿Se habrían desintegrado? Siguió cavando con sus uñas, ya
estaba casi dos metros adentro de la pileta, aunque el tornado amenazaba
nuevamente con su presencia. Marito siguió sin importarle la tierra que caía
sobre su cabeza; las manos le sangraban… pero sentía que estaba cerca de esa
pequeña cuna.
La tierra se puso más dura, más seca; juntó fuerzas y escarbó con más
desesperación que nunca.
Tuvo que agarrarse el pecho para que no se le saliera el corazón. Una
pequeña de doce años lo miraba asombrada.
Afuera, el tornado arrasaba con el pueblo entero. Un par de horas después,
todo habría terminado. No todos lograron salvarse: tan sólo algunos cables y
las personas que vivían en los pozos.