Hubo una época en la que todavía creía en algo. Después me di cuenta, de
que en realidad, nunca creí en nadie. Y ahora sé, con total convicción que, jamás
me importó nada de nada. Y por eso y solamente por eso es que hoy, le pego a la
gente.
Creo que todo empezó hace unos… siete años. Empecé a pegarle a la gente con
la que trabajaba porque no la soportaba. Al principio le daba cachetaditas
tímidas, empujones brutitos; pero cuando tomé confianza les empecé a dar unos
buenos roscones. Mis compañeros siempre lo toleraron, incluso la contadora, los
encargados… nunca me dijeron nada. En un momento hasta pensé que les gustaba
que los fajara. Pero no sé.
Cuando pegarle a ellos me resultaba poco, seguí con los vecinos. Cuando
venían hablando pavadas en el ascensor; en cuanto llegaban a su piso, los
empujaba hacia afuera y les cerraba la puerta. Nunca decían nada. Después, la
portera. Cada vez que no me abría la puerta cuando yo venía con muchas bolsas,
le cacheteaba la nuca y seguía caminando. Ella se frotaba despacito, en
silencio. A mi mamá siempre le pegué; cuando me hacía pasar vergüenza, en
seguida la pateaba. Mis hermanos siempre prefirieron los pellizcos, a mi papá
le tiraba de los pelos de las piernas, en cambio, con mis parejas siempre opté
por piñas en los brazos. Siempre les pegué a todos, a los quiosqueros, a los
repartidores de pizza, al afilador… en fin.
Nunca nadie se quejó.
Al único a quien nunca le puse un dedo encima es a mi perro Quique. Me
parece una monstruosidad la gente que le pega a los perros. Me repugnan. Quique
entiende todo, no es necesario ni siquiera levantarle la voz.
Esta mañana Quique se hizo pis encima. No entiendo qué le pasó, se hizo en
el sillón del living. Yo le acerqué la cara al sillón húmedo y se lo hice oler.
Le dije que no lo haga nunca más; pero, a la tarde, se cagó adentro de mi cama.
La limpié y después lo reté. No me hizo mucho caso y se fue al balcón, como
riéndose.
Cuando lo fui buscar, se había comido dos macetas y la tierra estaba
esparcida por el piso. Ahí perdí la paciencia y le pegué. ¿Y Quique que hizo?
Me miró con los ojos bien redonditos, y me la devolvió.